Montgomery
Para comenzar he decidido presentar uno de mis cuentos mas queridos. Pertenece al género del realismo mágico, para quienes no sepan de que trata el profundo mundo de la realidad mágica, dejo aquí un poco de su historia y definición:
El realismo mágico es un movimiento literario muy presente en la literatura hispanoamericana, tuvo su momento de gloria en el siglo XX. Se caracteriza por la inclusión de elementos fantásticos en la narración, con lo que se pretende profundizar en la realidad a través de lo mágico que hay en ella, lo mágico pasa desapercibido y se toma como natural para el contexto. Ejemplo de autores - muchos de ellos mis favoritos - que desarrollaron algunas de sus obras en este género, son Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, entre muchos otros.
Montgomery es un cuento que escribí durante la pandemia en el 2020, si no mal recuerdo solo fue leído por mi familia y un par de amigos. Relata una historia con la cual pueden llegar a sentirse identificados; con este relato me paso algo que jamás me había sucedido con mis trabajos por el hecho de escribirlos yo y no sorprenderme al leerlos: me emocioné hasta las lagrimas con su final. Espero les guste tanto como a mí.
Espero sus comentarios.
Puerto Madero amaneció tranquilo, casi silencioso, con olor a humedad y algún que otro bocinazo en la calle. A Gustavo los días de lluvia le recordaban a su infancia, a Mendoza, a su perro Bartolo, y a su madre cocinando lentejas en la cocina. Su madre, qué será de su madre, pues después de aquella pelea nunca más volvieron a hablar. Después de la pelea el orgullo se apoderó de ambos y la codicia, el trabajo y la gran ciudad ocuparon el primer puesto de prioridades en la vida de Gustavo.
‘’Un café, necesito un café’’
El café de mamá, el café de mamá era como el de nadie. La tacita de café instantáneo con un chorrito de leche cada mañana, antes de ir a la escuela y años después, antes de ir a la facultad. El beso en la mejilla, el abrazo y el infaltable ‘’Abrígate Gustavo, afuera está fresco’’ se había vuelto un juego de complicidad entre ambos. Mamá, mamá y su hermoso tapado marrón, insistente en que su único hijo no pasara frío.
Desde entonces, nadie más pidió a Gustavo que se abrigara antes de salir y nadie beso su mejilla en las mañanas.
Dejó de recordar esos momentos pasados, se golpeó la cabeza con la mano, quizás queriendo olvidar su alegría de infancia.
Su malestar fue provocado por una fiesta de la empresa, un gran festejo por un caso ganado. La cerveza le jugó una mala pasada, y la verdad es que ya a sus 45 años, no está para estas borracheras.
Gustavo tenía la mala costumbre de dejar su teléfono en silencio, de no oír mensajes ni tomar llamadas, menos luego de una noche larga. En un impulso de ver la hora en su pantalla, se quedó perplejo al observar que tenía 15 llamadas perdidas de un número proveniente de Mendoza.
Se contactó con el número misterioso. Sonó una, dos, tal vez tres veces, hasta que una voz masculina y triste atendió del otro lado. El rostro de Gustavo se tornó pálido, sus ojos abiertos, pequeñas lágrimas amargas caían de ellos, su boca seca y muda.
Un accidente, fue un accidente lo que le quitó a la única persona que un día llamó madre. Un accidente y un orgullo eterno le despojaron de lo que más amaba. El egocentrismo y la terquedad se metieron en su pecho como un ácido, el arrepentimiento comenzó a matarlo por dentro.
Y así fue como tomó el primer avión directo a Cuyo, directo a su querida Mendoza, que ya no sonaba tan hermosa sin su madre.
Al llegar recorrió las callecitas de su antiguo barrio, todo parecía estar igual. Los niños jugando a la pelota, ese extraño sistema de abastecimiento de agua llamado “Acequia”, el frío seco entrando por el cuello sin pedir permiso, sus vecinos e incluso los perros del barrio, ya un poco más viejos.
‘’Gustavo, Gustavo’’, susurro una voz a lo lejos. Gustavo volteo desorientado y vio en un rincón una anciana muy canosa y arruinada, acurrucada y tapada con un turgente tapado marrón. Se acercó a la desconocida intentando recordar qué lugar había ocupado esa mujer en su niñez; pero no logro reconocerla.
La mujer lo abrazó con una fuerza formidable, fue uno de esos abrazos de reencuentro, apretados, largos, que irrumpen y acomodan un poco el alma. Gustavo seguía sin reconocer a la misteriosa anciana; una doble sensación lo atravesaba: la angustia y desespero de la pérdida y la tranquilidad y paz que le otorgaba ese apretón con una desconocida.
Se sumergieron en una larga charla de horas y horas, curiosamente ella conocía a su madre, la conocía muy bien, y de forma inaudita conocía los más párvulos detalles de la vida de Gustavo. Al parecer fue una persona muy cercana a sus raíces y a su progenitora, y más en los últimos años de su vida.
Gustavo decidió pasar unas semanas en su pueblo, quizás volver a sus orígenes lo ayudaría a despertar viejos valores y perdonar actitudes del pasado. Todas las tardes se propuso pasar alguna que otra hora con la anciana misteriosa, tomar unos mates y encontrar en ella un poco de los años que perdió con su amada madre. El asombro no cesaba, Gustavo supo que aquella mujer que le dio la vida y que lo mundano de su esencia le quitó, lo extraño todos los días, lo amo incansablemente y que siempre, hasta en los desagrados y enojos más vastos, espero su regreso.
El último viernes de su estadía, con los pasajes y la valija en mano, pensó que era correspondiente despedirse de su nueva amiga. Hizo el caminito de todas las tardes por las veredas amplias colmadas de hojas secas, a tropezones y esquivando chiquillos que jugaban al ladrón y al policía; hasta que por fin llegó a donde la anciana lo esperaba con la pava y el mate listo.
La pava no estaba, no había rastros del mate, y casi por arte de magia la antigua casa sobre donde solía estar reposada la mujer, simplemente no existía, y en su lugar un terreno sucio y lleno de trastos. Ni la policía, ni los vecinos sabían de la existencia de esa decrépita y misteriosa mujer. Nunca nadie la había visto, y ese terreno llevaba años así de sucio y abandonado.
Espectacular, un cuento para soñar, llorar y aprender a perdonar
ResponderBorrarMe emocioné con el final! Deja una enseñanza muy linda, me encantó realmente
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