Nombre perdido.
Hay diversas formas de afrontar las pérdidas, todas válidas, ninguna mal gestionada o descartable. Hay personas que llenan su cabeza de actividades para no pensar, hay personas que toman unos días para descansar y llorar. Mi caso es particular, no me gusta exteriorizar el dolor, no me siento cómoda mostrando mi sufrir a cualquiera, probablemente temo mostrar mi debilidad más interna. esta vez opté por escribir, por plasmar en una hoja y conmemorar apenas una partecita de lo que fue y siempre será para mi esta persona. Cuando se ´´pierde´´ siempre es entre comillas porque algo más se gana en alguna parte. Yo soy la afortunada adquisidora de una abuela llena de amor, madre de un hijo que fue el mejor padre. Un modo bonito de despedirla es este, sin victimización, sin ánimos de dar pena, porque hay seres que nos preparan para su partida con tiempo. Transformar el dolor en palabras.
Pequeña, con la piel arrugada como pasa de uva, anciana sabia y tranquila, lucha por recuperar su nombre extraviado. Pasa las horas sentada en el asilo mirando la Santa Rita, los rosales y malvones, preguntando cuándo llega el mes de abril. Últimamente vive por vivir, porque la muerte se ha olvidado de ella o porque espera que llegue abril para marcharse.
Busca su nombre por el jardín, debajo de la cama, en los cajones y jarrones. Quieta y en silencio, cierra los ojos buscando descansar. Ya no pronuncia su nombre, solo espera que llegue el mes de abril. La vejez aparece de forma abrupta para algunos, para otros es un proceso manso y cansado.
Uno suele escribir planes para luego del retiro, frases como “cuando me jubile…” con posibles combinaciones: voy a viajar, voy a arreglar la casa, voy a tomar cursos. Todo parece venir después, más adelante, cuando verdaderamente la menor certeza es el luego.
El sol toca la piel de la anciana e ilumina su vista. Siente el nombre cercano pero a su vez se le escapa. Abril parece no llegar nunca a destino, si vuela lejos a otra vida ,si su hora por fin llega lo hará en el mes de otoño sin nombre ni olvido. Toca sus quebradas uñas pintadas de rosa viejo combinadas con los rosales, su flor favorita desde niña. Un cajoncito de la cómoda se mueve desenfrenado casi queriendo volar, el nombre refugiado en dicho cajón lucha por salir y ser recordado. Abril se aproxima y el nombre aún no regresa a la propietaria que lo acogió durante 86 años.
Golpea el cerrojo con furia buscando escapar.
Hoy es 5 de abril. Una mañana otoñal cálida y soleada despierta a las aves del hogar y abraza con calma a la anciana. El nombre perdido regresa con la pérdida de lo corporal y se hace indeleble en el alma. Llegó el mes de abril tan ansiado. Isabel preparó sus valijas para partir mucho tiempo antes, Isabel perdió sus motivos para estar en esta tierra mucho tiempo antes. No desaprovechó los trenes que la vida le presentó para marcharse, simplemente esperó el tren correcto. Luego de la partida de su hijo (nacido en el mes de abril) ,comenzó a existir de prestado, por y para su familia. Un día fue a la estación con su equipaje y memorias a esperar que la paz llegase.
El nombre la soltó así como palabras dejó de pronunciar. Con tedio profundo pasó sus últimos días. Esta es una historia verídica en su mayoría: la primer y única fantasía es la pérdida del nombre, pues es una metáfora explicativa del destino por vivir de la anciana, pero si curiosidad les da queridos lectores, si en verdad quieren saber el desenlace, solo puedo decir que Isabel falleció con su nombre y en busca de su hijo (nacido en el mes de abril), un día del mes de otoño por el que tanto preguntó.
Los misterios y obras del universo son abracadabrantes.
Sentadita en la estación de aquel tren lejano, un 5 de abril vio el humo gris que se acercaba, tomó las valijas de recuerdos y buscó resollar por última vez. En la puerta del tren flotante con destino incierto a la quietud, la esperaba Antonio resplandeciente y sonriente. El nombre queda en nosotros, en quienes la conocimos, en quienes caminamos por el callejón y las hileras de la finca con ella, en sus amigos, en sus nietos y todo aquel que tuvo el alborozo de intercambiar aire con ella.
Ahora es del cielo, de Antonio. Ahora está calma. Es inmarcesible, inmarchitable cual rosal.
Isabella Brosio
Sos increíble, me encanta leerte. Te abrazo fuerte
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